05 mayo 2014

El libro más citable


Creo que alguna vez lo dije, o en todo caso, quien me conoce, lo sabe. Amo subrayar los libros. Si son míos al fin y al cabo por qué hacerlo con lápiz y no con birome, marcando para siempre aquella frase que me gustó o simplemente me llegó. O esa palabra que me lleva a otra cosa.

El tema es que creo que es la primera vez que (sub)rayo tanto un libro. A Foenkinos lo conocí tras haber visto La Delicadeza y cuando vi el libro, me lo compré y me enamoré. Cuando me encontré con este último, reconocí el nombre del escritor (que por ahí si me lo preguntaban, seguro no me acordaba) de manera inmediata, y tras leer un poquito de qué iba, me lo tuve que traer conmigo. Y me lo devoré. Pero no sólo eso, sino que a cada rato tenía que detenerme para subrayar algo. Es como que quería no olvidar cada una de esa cantidad incontable de frases, a veces cortitas y concisas, y otras como un párrafo. O ingeniosas, divertidas, tristes pero reales, o, lo más importante, que bien podrían ser dichas por mí.

Como con estos dos libros el escritor ya me conquistó, lo investigué un poco más. Y me di cuenta que si pudiera leería toda su bibliografía. Pero también descubrí que acá no estaban editados. Excepto uno, que en realidad no sabía que estaba hasta que me miró desde algún estante del Yenny: Lennon. Y otra vez tuvo un libro que venirse conmigo. Aún no lo empecé, pero es mi próxima lectura, esta "biografía novelada" sobre esta leyenda, que siempre aparece de algún modo en sus otros libros, al menos los que yo he constatado.

Así que por ahora sólo me resta decir que David Foenkinos se ha convertido en uno de mis nuevos escritores favoritos. Les dejo algunas de las frases que resalté en mi ejemplar:


  • Te tiene que dar miedo perder las cosas para amarlas apasionadamente.
  • No soporto la idea de que me identifiquen, pues ello implica tener que hablar; y a mí nunca se me ocurren las palabras adecuadas.
  • Había caminado por mi vida de puntillas, sin dejar huella.
  • Provenimos de una ciencia ficción, la del amor de nuestros padres, su juventud y su despreocupación.
  • Con frecuencia había hecho lo contrario de lo que debería haber hecho; a menudo me había faltado lucidez con respecto a las decisiones que debía tomar. Siempre tenía que cometer primero el error para darme cuenta de que mi intuición había sido equivocada.
  • Parecía que había tenido que presentárseme la muerte para entender que no basta estar vivo para que seamos seres vivos.
  • Siempre hay un momento cuando viajo (sobre todo en tren) en que ya no sé adónde voy.
  • Hablamos de unas cosas y otras, y el tiempo se nos pasó volando. Sin embargo, tenía la sensación de que no nos habíamos contado nada. Quizá sea eso sentirse bien con alguien. No estábamos sujetos a rentabilidad ninguna ni al sentimiento de tener que decirnos de verdad algo.
  • Uno debería vivir su vida al revés para no fracasar.
  • No le había enseñado nunca a nadie la más mínima línea de lo que escribía. Era sencillamente incapaz de afrontar el juicio de los demás. Tenía muchísimo miedo de que mi trabajo fuera malo.
  • Sienta bien derivar hacia la versión catástrofe de tu vida, abandonarte al peor escenario posible. A veces los adultos necesitan eso porque ya no consiguen llorar como niños. Ya no consiguen evacuar mediante las lágrimas sus incertidumbres y sus tristezas.
Y me detengo acá porque me gusta creer que quien me lee también me puede hacer caso y por lo tanto tomarse muy en serio esta recomendación y finalmente leer el libro. Ya que van en orden cronológico, no quisiera continuar, sino que uno lo descubriera, como lo hice yo.

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